martes, 31 de julio de 2012

Ícaro.

El traje de Ícaro aparece al final y solo fugazmente.



Realmente no es tan difícil ni tan caro. El material es una tela sintética que imita la textura y el brillo del cuero. El casco lleva una estructura de alambre y papel endurecido y se sujeta por la nuca.



Las alas medirán casi 3 metros y medio de una punta a la otra y la estructura estará hecha de bambú entelado. El trabajo de construcción está ya a medio camino y las alas quedarán listas en cuestión de un par de semanas. 

lunes, 30 de julio de 2012

Storyboards.


El de los storyboards es un proceso que me retrasa mucho. Cosa mala si se considera que  ya de por sí ando a paso lento.

Antes de dibujar el primer cuadro suelo hacer anotaciones y bocetos muy sencillos sobre el margen de las hojas del guión. También divido las acciones en cuadros. De esta manera voy eliminando tomas hasta quedar con el menor número posible.  Por lo general disfruto mucho más una secuencia cuando usa planos largos y cuidadosamente compuestos. Me gusta la economía de cuadros y procuro que haya montaje, no solo edición. 

Muchas escenas ni siquiera necesitan desglosarse tanto: hay un número limitado de opciones para montar en cuadro una línea de guión como "Ícaro observa el reloj". Aún así las dibujo. Siempre ayuda seguir el consejo de Hitchcock y hacer la tarea antes de llegar al set. 

La parte más difícil para mí es recordar que se trata de una carrera de fondo. Me esfuerzo mucho en lograr que los dibujos tengan un mínimo de claridad y estilo. Lo primero es necesario, lo segundo es pura vanidad. 

Primero hago los dibujos en hojas largas de 20 x 35 cm. 


Después hago corajes por los dibujos que me quedan mal.
Al final imprimo todo usando un formato armado para mis necesidades. 



Necesito ver todo como una sucesión de cuadros y no suelo revisar exhaustivamente las hojas de script durante la edición, así que incluyo un espacio para las anotaciones personales en el formato del storyboard que me sirve más adelante como ayuda para seleccionar el material.



martes, 24 de julio de 2012

Guión.


Escribir un guión es un ejercicio de conciliación: se debe aprender a conciliar los delirios con la realidad. 

Un ejercicio común en los cursos cinematográficos es el siguiente: el estudiante debe escribir una historia con cuatro personajes y una locación. Sobra decir que los resultados se alejan considerablemente de "Esperando a Godot". 
Poner límites prácticos a la escritura es frustrante pero necesario. En 2006 formé parte de un taller de realización y una de las partes más difíciles fue hacer entender a los alumnos que cada cosa que se escribe tiene un costo. Un caballero insistía en rodar la escena de la llegada del ejército porfirista a una estación de tren tomada por los zapatistas. Un rodaje imposible. E imposible fue también hacer que el hombre cambiara de parecer. Su respuesta a todas mis sugerencias: "un amigo mío tiene caballos".

El Ícaro es una versión elegante de esa escena delirante. Y al mismo tiempo no.

La mitad de la historia sucede en mundos imaginados por uno de los personajes. Hay un poco de cada lugar común: bestias voladoras y maquinas extrañas. Y durará -si se sigue el formato americano de lectura que dicta una hoja por minuto de acción- la friolera de 30 minutos. Yo calculo que serán 20. Con todo, no pienso recortar la historia drásticamente. La cuestión, creo, no es deshacerse de las escenas que parecen imposibles, sino saber cómo hacerlas.

Me explico: el personaje de Enrique vive obsesionado con la protoaviación y sueña con viajar hasta una ciudad en el cielo. Todo este sueño se narra en acción animada. Hay varias escenas que suceden en un cementerio de aviones y en el interior de la cabina de una de las naves. Aunque es posible tener acceso a algunas de las avionetas que hay en el aeropuerto de Xalapa, imagino que el resultado sería bastante pobretón. Los aviones son el puente entre la realidad y el delirio, así que resolví animarlos sobre la acción viva, con emplazamientos fijos. Es una decisión creativa, sí, pero también un ejercicio de conciliación: tiene sentido dentro del universo dramático y es realizable. 
El proyecto, ya lo dije antes, es largo y ambicioso. No espero repetir la experiencia -ni mucho menos me comparo, mi ego no es tan grande como para permitirme el ejercicio- de Richard Williams con "The Thief and the Cobbler", en producción de 1964 a 1993 (parte de la historia del proyecto se puede leer aquí) o de Yuriy Norshteyn, apodado "el caracol dorado" por razones obvias, con "El abrigo", basado en el cuento de Gogol y en producción desde 1982 (un clip de video del documental "A to Z of animation" aquí), pero no espero tener terminado el cortometraje antes de 2014. Se me ocurren varios cineastas que arrastran los proyectos por décadas (de nuevo, no me comparo por pudor y sentido común): Leni Riefenstahl (¡anatema! lo sé) produjo "Tiefland" desde 1940 hasta 1954. Eisenstein murió soñado con "Viva México" (y lo digo casi literalmente, pues falleció poco después de recibir el aviso de que el material original, listo para ser montado por él, había sido finalmente recuperado). 
Ya en el cine más mundanoPeter Jackson y Sam Raimi tardaron cuatro años cada uno en hacer su primer largometraje -y en el caso del segundo, podría discutirse que ha sido el mejor-.

Es parte de una tradición familiar, supongo, hacer las cosas lentamente. A principios de la década de los 80, mi viejo aprendió programación bajo la fórmula de prueba y error con el sueño de escribir software médico y revolucionar la práctica de su profesión. Trabajó diez años en el mismo proyecto, "Sysmed", y efectivamente revolucionó su propia práctica médica pero nada más. Pocos doctores dependían de las computadoras en esos años y el consultorio del doctor Voorduin era un poco más pequeño que el mundo. 

¿Por qué digo todo esto? Entiendo el tamaño de la empresa, no soy ningún inocente. El hermano pobre del cine, el video, lleva el pan a mi mesa. Conozco la frontera entre mis delirios y la realidad. No me agobia invertir un par de años en animar este proyecto (lo llevo en la cabeza desde hace por lo menos otros dos). En realidad, me emociona hacerlo. 

Mmm... hablaba de la escritura, no de mis delirios.
La mayor parte de quienes fueron mis maestros en la escuela de cine se dedican teatro. En los textos obligados el drama se resolvía muchas veces fuera de escena. Para mí era casi un meta drama, porque con tanta narración hablada tenía la impresión de estar viendo una especie de matrushka dramática. Y muchas veces los diálogos eran más interesantes que los eventos. Pero el cine es eso -dicen-, acción.
Y no. No necesariamente. He descubierto que el drama aristotélico (y su versión empobrecida, el formato masticadísimo de Syd Field) me producen un aburrimiento -¿cómo decirlo?- "estructural". Recuerdo la primera vez que vi "Canciones del segundo piso", de Roy Andersson: era tan buena que (como dijo Woody Allen de "2001, Odisea del Espacio") la obra rebasó al espectador. Entonces me pareció un ejercicio de necedad y pretensión. Entendía el sentido de la película, pero lo que quería ver era otra cosa: personajes, trama, rompimientos. Me ofrecían una deliciosa rareza y yo insistía en comer el mismo plato.

Mi gusto se ha ido formando caprichosamente. De un tiempo para acá, me aburro con lo mismo que quise antes en una película. Las últimas novedades en la cartelera me importan poco porque suelen venderse como el vehículo de ideas interesantes cuando en realidad el resultado es puro estilo y poca sustancia. Pienso en Nolan, Snyder y algunos otros. No puedo evitarlo, me aburren. Es cuestión de gusto personal, aclaro. Todo esto para llegar a lo siguiente: mientras escribía quise evitar la estructura dramática de tres actos. Es más, creo que evité cualquier acto. Pensaba en "La misteriosa llama de la princesa Loana" de Eco, y en esa joyita de Terence Malick, "The Tree of Life", ambas una mezcla de añoranzas y delirios. Y en eso se van dos horas o 300 páginas. Ya el espectador dirá si es interesante o no, pero mi trabajo de escritura ya está hecho. Hasta hoy, cuatro personas han leído el guión y el marcador es de 3 a favor.

Bueno... replanteo la frase original: escribir un guión es un ejercicio de conciliación: se concilia el sentido común con el sentido personal. 

jueves, 5 de julio de 2012

Sobre esa rareza llamada "crowdsourcing".

Tuve la ocurrencia de meter el proyecto a un sitio de "crowdsourcing".
No es un mal modelo de financiamiento, pero aún necesita volverse más práctico, creo, porque el usuario promedio desconfía mucho de las operaciones hechas a través de internet usando su tarjeta de crédito.
De todos modos, imagino que en cosa de unos cinco años este modelo va a dejar de ser una novedad para volverse un camino, digamos, legítimo entre los creadores.


No junté la cantidad que tenía en mente y al final no recibí nada, pero algunos entusiastas y amigos me contactaron personalmente para ofrecerme el apoyo de todos modos.

Otra ventaja es que puedo seguir usando el video de presentación que me pidieron originalmente, así explico el cortometraje sin mayor esfuerzo.


Untitled from Alejandro Voorduin on Vimeo.

miércoles, 4 de julio de 2012

Notas personales.

No me gusta decir que soy un cineasta porque mi trabajo -por más que lo imite- no es cine.

Lo que siempre he tenido son delirios cinematográficos.

Hace muchos años repetía una frase: "el cine es mejor que la vida". Me parecía que en una película -cuando es buena- todo tiene orden y sentido. En la vida no. Después descubrí que Emilio García Riera ya lo había dicho con palabras mas bellas y dejé de repetir la cantaleta, pero supe secretamente que mi dicho quedaba validado.

Hace cosa de seis años hice algo parecido a un largometraje con dos amigos. Siempre digo que se trata de "mi hijo feo" y mis dos amigos dirán, no sin razón, que mi manía de descalificar mi trabajo les hace un flaco favor a ellos. Aclaro, pues: hace seis años, dos amigos míos hicieron un largometraje y yo trabajé con ellos. Escribí y dirigí una historia de cerca de cuarenta minutos que habría de sumarse a otras dos para hacer -ahora sí- un largo.
Después de eso abandoné los delirios de cineasta porque descubrí que  el cine (o el video con delirios de cine) es un proceso colectivo y que tener que conciliar, ceder y tolerar hace que me convierta en una especie de energúmeno.

Va una declaración universal que leí hace tiempo en una entrevista con Guillermo del Toro: "hacer cine es como comerse un sandwich de caca. Algunas veces te toca más pan. Otras veces te toca menos, pero siempre te toca caca".

Y sí.
Dejé los delirios, dije, pero seguí trabajando en cosas que gravitaban alrededor del cine. Estuve metido brevemente -y de lejos, para mi fortuna- en la publicidad, donde todos son genios excéntricos y metrosexuales. O cineastas (¿dije ya que yo no soy uno de ellos?). Lo odié.  Hice algo de televisón "educativa" y fue muy interesante. Mucha foto y algo de postproducción. Por algún tiempo hice también un poco de divulgación científica en video. Ese último  trabajo me hizo muy feliz pero revivió mis ansias cinematográficas.

No sé. Quizá me equivoco y efectivamente hice cine, porque el cine es un lenguaje.
Bue... ahora tengo un pedazo de cine metido entre ceja y ceja y me urge deshacerme de él y verlo proyectado. Se me olvidó la lección aquella de la caca, porque estoy arrancando de nuevo. Es un proyecto largo, ambicioso y difícil, pero es mío.