martes, 24 de julio de 2012

Guión.


Escribir un guión es un ejercicio de conciliación: se debe aprender a conciliar los delirios con la realidad. 

Un ejercicio común en los cursos cinematográficos es el siguiente: el estudiante debe escribir una historia con cuatro personajes y una locación. Sobra decir que los resultados se alejan considerablemente de "Esperando a Godot". 
Poner límites prácticos a la escritura es frustrante pero necesario. En 2006 formé parte de un taller de realización y una de las partes más difíciles fue hacer entender a los alumnos que cada cosa que se escribe tiene un costo. Un caballero insistía en rodar la escena de la llegada del ejército porfirista a una estación de tren tomada por los zapatistas. Un rodaje imposible. E imposible fue también hacer que el hombre cambiara de parecer. Su respuesta a todas mis sugerencias: "un amigo mío tiene caballos".

El Ícaro es una versión elegante de esa escena delirante. Y al mismo tiempo no.

La mitad de la historia sucede en mundos imaginados por uno de los personajes. Hay un poco de cada lugar común: bestias voladoras y maquinas extrañas. Y durará -si se sigue el formato americano de lectura que dicta una hoja por minuto de acción- la friolera de 30 minutos. Yo calculo que serán 20. Con todo, no pienso recortar la historia drásticamente. La cuestión, creo, no es deshacerse de las escenas que parecen imposibles, sino saber cómo hacerlas.

Me explico: el personaje de Enrique vive obsesionado con la protoaviación y sueña con viajar hasta una ciudad en el cielo. Todo este sueño se narra en acción animada. Hay varias escenas que suceden en un cementerio de aviones y en el interior de la cabina de una de las naves. Aunque es posible tener acceso a algunas de las avionetas que hay en el aeropuerto de Xalapa, imagino que el resultado sería bastante pobretón. Los aviones son el puente entre la realidad y el delirio, así que resolví animarlos sobre la acción viva, con emplazamientos fijos. Es una decisión creativa, sí, pero también un ejercicio de conciliación: tiene sentido dentro del universo dramático y es realizable. 
El proyecto, ya lo dije antes, es largo y ambicioso. No espero repetir la experiencia -ni mucho menos me comparo, mi ego no es tan grande como para permitirme el ejercicio- de Richard Williams con "The Thief and the Cobbler", en producción de 1964 a 1993 (parte de la historia del proyecto se puede leer aquí) o de Yuriy Norshteyn, apodado "el caracol dorado" por razones obvias, con "El abrigo", basado en el cuento de Gogol y en producción desde 1982 (un clip de video del documental "A to Z of animation" aquí), pero no espero tener terminado el cortometraje antes de 2014. Se me ocurren varios cineastas que arrastran los proyectos por décadas (de nuevo, no me comparo por pudor y sentido común): Leni Riefenstahl (¡anatema! lo sé) produjo "Tiefland" desde 1940 hasta 1954. Eisenstein murió soñado con "Viva México" (y lo digo casi literalmente, pues falleció poco después de recibir el aviso de que el material original, listo para ser montado por él, había sido finalmente recuperado). 
Ya en el cine más mundanoPeter Jackson y Sam Raimi tardaron cuatro años cada uno en hacer su primer largometraje -y en el caso del segundo, podría discutirse que ha sido el mejor-.

Es parte de una tradición familiar, supongo, hacer las cosas lentamente. A principios de la década de los 80, mi viejo aprendió programación bajo la fórmula de prueba y error con el sueño de escribir software médico y revolucionar la práctica de su profesión. Trabajó diez años en el mismo proyecto, "Sysmed", y efectivamente revolucionó su propia práctica médica pero nada más. Pocos doctores dependían de las computadoras en esos años y el consultorio del doctor Voorduin era un poco más pequeño que el mundo. 

¿Por qué digo todo esto? Entiendo el tamaño de la empresa, no soy ningún inocente. El hermano pobre del cine, el video, lleva el pan a mi mesa. Conozco la frontera entre mis delirios y la realidad. No me agobia invertir un par de años en animar este proyecto (lo llevo en la cabeza desde hace por lo menos otros dos). En realidad, me emociona hacerlo. 

Mmm... hablaba de la escritura, no de mis delirios.
La mayor parte de quienes fueron mis maestros en la escuela de cine se dedican teatro. En los textos obligados el drama se resolvía muchas veces fuera de escena. Para mí era casi un meta drama, porque con tanta narración hablada tenía la impresión de estar viendo una especie de matrushka dramática. Y muchas veces los diálogos eran más interesantes que los eventos. Pero el cine es eso -dicen-, acción.
Y no. No necesariamente. He descubierto que el drama aristotélico (y su versión empobrecida, el formato masticadísimo de Syd Field) me producen un aburrimiento -¿cómo decirlo?- "estructural". Recuerdo la primera vez que vi "Canciones del segundo piso", de Roy Andersson: era tan buena que (como dijo Woody Allen de "2001, Odisea del Espacio") la obra rebasó al espectador. Entonces me pareció un ejercicio de necedad y pretensión. Entendía el sentido de la película, pero lo que quería ver era otra cosa: personajes, trama, rompimientos. Me ofrecían una deliciosa rareza y yo insistía en comer el mismo plato.

Mi gusto se ha ido formando caprichosamente. De un tiempo para acá, me aburro con lo mismo que quise antes en una película. Las últimas novedades en la cartelera me importan poco porque suelen venderse como el vehículo de ideas interesantes cuando en realidad el resultado es puro estilo y poca sustancia. Pienso en Nolan, Snyder y algunos otros. No puedo evitarlo, me aburren. Es cuestión de gusto personal, aclaro. Todo esto para llegar a lo siguiente: mientras escribía quise evitar la estructura dramática de tres actos. Es más, creo que evité cualquier acto. Pensaba en "La misteriosa llama de la princesa Loana" de Eco, y en esa joyita de Terence Malick, "The Tree of Life", ambas una mezcla de añoranzas y delirios. Y en eso se van dos horas o 300 páginas. Ya el espectador dirá si es interesante o no, pero mi trabajo de escritura ya está hecho. Hasta hoy, cuatro personas han leído el guión y el marcador es de 3 a favor.

Bueno... replanteo la frase original: escribir un guión es un ejercicio de conciliación: se concilia el sentido común con el sentido personal. 

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